DEFECTOS PERSONALES
Gonzalo
Fantola
El niño couch potato y el adolescente extraterrestre se fusionaron en el artista inquieto que lo ha probado casi todo. De la fotografía al cine, del cine a la televisión, de la televisión a la música y de la música a la literatura, el derrotero de Gonzalo Fantola ha tenido mucho de casualidad y también un poco de causalidad, de dejarse llevar por ideas, aviones, por el más puro instinto. Un buscador de sentido, de palabras, de cuerpos, acaba de grabar un disco lleno de sonidos celestiales superpuestos sobre textos improvisados, con resultado exquisito.
Txt. Caracé Couto
Foto. Fernanda Santoro
Montevideo, Estocolmo, Nueva York, Nueva Palmira
Nací en Montevideo, pero antes de cumplir un año nos mudamos a Suecia, así que mis primeros recuerdos son de Estocolmo, de la casa en la que vivíamos, de una cucheta con tobogán que tenía en mi cuarto. Cuando cumplí 12 cruzamos el Atlántico otra vez y nos instalamos en Nueva York, por el laburo de mi viejo, y eso fue un viaje, era todo nuevo todo el tiempo, el idioma, la ciudad, los autos. Lo que más recuerdo de esa época es comer galletitas con chips de chocolate mirando la tele. Yo creo que fue ahí que me hice adicto a la tele. También era un poco mi refugio, porque en la escuela me sentía un extraterrestre, y no estaba bueno. A los 16 volvimos a Uruguay, pero a Nueva Palmira, donde terminé el liceo y también, sí, imaginate, tenía colgado un cartel que decía “extraterrestre”. Si querés saber que se siente ser extraterrestre, preguntame a mí, porque lo sé muy bien: sentís que sos como de otro planeta.
90 metros
En casa se gastaba mucho papel higiénico, muchísimo. Desaparecía, así nomás, y era común llegar al baño y ver el cilindrito de cartulina pelado, revisar los placares de arriba a abajo y no encontrar nada. Entonces a mí me quedó eso, de tener siempre una buena provisión, por las dudas. Cuando puedo voy al Macro y me traigo cuatro, cinco, seis fundas. Puede que sea excesivo, pero me jacto de que en mi vida adulta nunca me faltó, y espero nunca me falte.
Conocer a Sofia Coppola
Cuando presentamos el corto en Cannes alguien nos dijo que a Sofia Coppola le había encantado, y que si la veíamos nos acercáramos a ella para decirle “¿vos o yo?”, que es la muletilla de Rogelio, el personaje principal, porque se iba a matar de la risa. Parece que la mina andaba todo el tiempo diciendo “you or me, you or me”, era como el chiste interno con la gente de su delegación. La cosa es que la última noche, el productor checo de nuestra peli arregló todo para que nos encontráramos con ella en un bar cerquita de La Croisette, y ahí fuimos, llevamos unas remeras de regalo y todo. Al final no sé qué pasó, pero estuvimos como cuatro horas esperando y Sofia nunca apareció. Es raro, pero la sensación que me dejó es que la conocimos igual, que conectamos de alguna manera.
El disco
Hoy tenés mil opciones, lo colgás de la web para que todo el mundo lo baje gratis, o te hacés el loco y mandás una tirada en vinilo de 200 copias, numeradas y firmadas. Pero me pasa que me llevó dos años grabarlo, es un disco al que quiero mucho, y no sé si tengo ganas de tirarlo a la marchanta o que lo escuche nada más que una elite. El disco está ahí, grabado y masterizado, el arte pronto, esperando. Es levantar el teléfono y en diez días está en Amazon y en iTunes, pero no me interesa. Quizá el problema es que no lo escucho todavía. No lo escucho latir. Y hay días que me levanto y pienso en tirarlo a la basura y grabarlo todo de vuelta, como hizo Charly García con Kill Gil. Charly es un grosso de verdad, un salado. Es de las pocas personas a las que respeto como artista.
It's a long way to the top
No creo en el éxito porque no creo básicamente en nada que no se pueda tocar. Yo puedo tocar mi cafetera Illy, puedo tocar mi colchón con pillow top viscoelástico, mi iPad 2 y a mi labrador negro, pero el éxito no lo puedo tocar, así que no creo en él, no me interesa. Lo que sí sé es que llegué hasta aquí después de probar muchas cosas diferentes, algunas con las que me fue rematadamente mal. La verdad es que yo quería ser un científico, descubrir algo importante, como la cura para la calvicie, o la solución definitiva para el acné juvenil, pero la vida me terminó llevando por este otro camino. Por eso no entiendo bien de qué hablan cuando hablan de éxito. Otra cosa es que la gente te reconozca en un bar, que te hagan una entrevista como esta, o si tenés más o menos plata en el banco. Yo por suerte tengo mucha. Pero eso no es éxito, eso es tener mucha plata en el banco.
El viajar es un placer
Viajo mucho, todo el tiempo, seguro cinco o seis veces al año, lo que, si hacés la cuenta, te da que me tomo como mínimo 10 o 12 aviones al año. El 99% de todos esos viajes no es por elección sino por obligación, y un poco te cansa. Te hartás de ir del hotel al avión y del avión al hotel, del hotel al avión y del avión al hotel. Ahí es cuando deja de importarte si viajás en primera o si te ponen en la mejor suite del W, o si el room service te lo hace una mina lookeada como Lady Gaga. Ahí es cuando decís, “pero al final, ¿para qué inventaron Internet? ¿Para qué inventaron Skype?” La verdad es que no tiene lógica, pero aceptás lo que te tocó y tratás de pasarla lo mejor posible.
Yo no sé mañana
Las manías aprendés a controlarlas y los defectos a ocultarlos, pero lo que sos vos no lo podés disimular. O sí podés, pero no creo que eso te lleve a ningún lugar sano. Mucho menos que te haga feliz. Todo el tiempo me hago las mismas preguntas y siempre llego a conclusiones diferentes. Me gusta la sorpresa. Hay que saber vivir con la incertidumbre, o no es vida.
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